17/11/09

¿Español, castellano o mexicano?

Siempre, desde niño, en lo hondo de mi ser, había sentido cierta… llamémosle pena por el hecho de que en México se hablaba español y no mexicano, así mismo sentía algo de envida de países como Inglaterra, Japón, China, España,… donde se habla inglés, japonés, chino, español,… Poco a poco ese sentimiento se ha ido desvaneciendo a lo largo de años de resignación y uno que otros incidentes. El primero del que tengo memoria sucedió hace muchos años, cuando debía tener yo alrededor de los 9. Fui de viaje al norte de los Estados Unidos de Norte América a visitar unos amigos que mi familia tiene en aquellas latitudes. Un día mientras platicaba con uno de los hijos de estos amigos, que habrá tenido unos 13 años, me preguntó que si en México también se hablaba inglés. Rápidamente conteste que pues obviamente no que en México se hablaba español. Me miró con una cara un tanto sorprendida y después de unos segundos de reflexión me preguntó que si no hablábamos inglés porque hablábamos español y no mexicano, en tono francamente burlón. A lo que respondí, traducido a mi lenguaje actual “¿Y tú qué? No estás en Inglaterra, eres gringo y hablas inglés, pendejo.” Cosa que, si bien no elimino mi complejo de inferioridad nacionalo-lingüística, me hizo sentir bien y a él un estúpido.
Otra experiencia que me ha llegado a calmar ese pequeño malestar es el saber que aunque el idioma oficial de México se llama español, cualquier hispanoparlante de otro país que llegue a México y se tope con adolecentes que tienen como único propósito molestar al de al lado (como alguna vez me toco ser) sabe bien que en México se habla mexicano. Puede alguien con un perfecto conocimiento del idioma español oír, asombrado, durante horas, hablar a estos sin entender una sola idea concreta de lo que se está hablando. Mediante el abuso de modismos, palabras locales, pronunciaciones atípicas y sin dejar atrás el doble sentido, que es raro en los mexicanos, un par de escuincles pueden causar el peor dolor de cabeza a un extranjero desprevenido.
La última experiencia que llego a calmar mi crisis de identidad idiomática fue en una visita a España. Un pobre mexicano que visitaba España, cuna del español. El primer episodio de esta revelación, que tuve por partes, fue en San Sebastián o mejor dicho Donostia (por eso del ETA que uno nunca sabe donde). Entre a una librería a comprar algo para acompañar mi viaje. Venia de Francia, y la verdad, hasta la madre del francés. Por fin español y entender y poderse comunicar tranquilamente. Total escogí dos o tres libros y fui a la caja. Me atendió un vasco que con una amable sonrisa murmuro algo que debió ser “buenos días”, tomó mis libros y los paso por la caja. Tomo unos cuantos folletos que tenía a la mano y los metió a la bolsa. Viendo los folletos de colores vivos y de primera impresión algo interesantes pensé que ojala hubiera algún evento en las próximas fechas y de preferencia gratis, pero ya tendría tiempo para leerlos después, así que no presté mucho atención. Cosa rara, la caja registradora no tenía una pantalla viendo hacia el cliente, solo hacia el cajero. Sin haber hecho antes los cálculos precisos de cuanto tenía que pagar (cosa sumamente peligrosa cuando se trata de Euros) esperé a que me dijera el cajero. Murmuró en algo que salió fuera de toda mi comprensión. En ese momento me vino un vértigo de espacialidad. Después de estar ya por algún tiempo en ese viejo continente y visitar varias ciudades me entró una inmensa duda de donde carajos estaba yo parado. Todo lo que sabía hasta el momento indicaba que en España, en San Sebastián, a escasos kilómetros de la frontera con Francia. En España donde se habla español y gustan los toros. Pero eso que había murmurado este hombre no correspondía al español. ¿Seguía yo en Francia y no me había dado cuenta? Pero no, seguro que ya había salido y además eso no sonó a francés. Un poco confundido me acerque un poco más a la caja para escuchar mejor y dije “¿perdón?”. Un segundo después se repitió en un volumen un poco más alto y con un poco de mejor entonación el mismo sonido incomprensible. Con cartera en mano y miedo a haber cruzado la frontera de lo real/irreal y no la de Francia/España hacia un par de horas dije lentamente: “Es que no le entiendo”. Cortante y un poco agresivo dijo: “Que son veintitrés euros con cuarenta y cinco.” De regreso a la realidad hice cuentas con billetes que bien podrían estar en un juego de Monopoly y pague mis libros. Aun un poco desconcertado salí de la librería, abrí la bolsita y saque los libros. Leí los títulos y eso me tranquilizo un poco, completamente loco no estaba, letras grandes y en español. Vi en el fondo los folletos que había metido el cajero y decidí dejar el incidente en el olvido y buscar algo que hacer. Vaya sorpresa al encontrar un pequeño libro con el calendario de actividades culturales y otros folletos en los que no entendía absolutamente nada. Finalmente algo en mi hizo clic y pensé “estos vascos y su separatismo”. Efectivamente todo estaba en euskerra. Lo que después me tuvo pensando un rato fue el porque me había hablado en vasco. ¿Habrá habido algún espejo en el piso por el que me estuviera viendo directamente al culo? Creo que es el único lugar por el que me podrían confundir con un vasco. En los siguientes días tuve que lidiármelas con el vasco, afortunadamente en no muchas ocasiones, lo que me hizo, de cierto modo, agradecer el hecho de migrar hacia el sur.
Finalmente llegué a Barcelona, respiré hondo y pensé ahora si no más vasco puro español. Pero gran error, Barcelona está en la Cataluña y en la Cataluña está el catalán. Una especie de francés mal hablado medio mezclado con español. Esta vez ya no me tomó tanto por sorpresa e hice caso omiso a quien me hablaba en ese idioma y la pasé bien. De regreso por mi recorrido pasé nuevamente por Donosti. En una parada del bus me puse a platicar con un vasco y salió a relucir lo del idioma. Le conté mi experiencia y le dije que se me había hecho raro que en España la gente utilizara coloquialmente otro idioma que no era el español. Cosa que por un momento ocasionó que mi nuevo desconocido me mirara con ojos de perro rabioso. “Es que entiende una cosa” me dijo, arrastrando a la pobre S de los pelos, “en primer lugar no estás en España, estás en el País Vasco, y ni aquí ni en Barcelona ni en Madrid se habla español. El español no existe. Es solo el esfuerzo colonialista por intentar unir a las masas ignorantes bajo un mismo estandarte. NO ES ESPAÑOL, ¡es castellano!, es castellano y se nos ha impuesto a todos. NO ES ESPAÑOL porque tan español es el vasco como el catalán y el castellano, pero no veo ni al rey ni a los madrileños hablando en vasco.” Respiro profundo, ya un poco más calmado y dijo “Por eso aquí querremos tanto a nuestros hermanos mexicanos y en cierta parte también los admiramos. Ustedes ya pudieron independizarse del Impero Español, iniciaron el movimiento que termino con las colonias españolas en América, mientras que nosotros, aquí en Europa, seguimos en constante lucha, pero estoy seguro que pronto lo vamos a lograr.”.
Un pequeño y eterno silencio, voltea para un lado, voltea para el otro y “Pues que gusto que piensen así de nosotros,… Mira que coincidencia justo éste es mi camión. Agur y suerte con eso.”
Así que por lo visto en México se habla un español que parece mexicano, que se parece mucho al español que en España no existe.